jueves, 10 de octubre de 2013

De la disputa entre griegos y romanos

Uno de los hitos principales en el siglo V a.C., en la lucha de los plebeyos por conseguir la igualdad de los derechos civiles, fue lograr que las leyes se pusieran por escrito. Si bien, la desigualdad  entre patricios y plebeyos aún permaneció durante bastante tiempo, el dictamen de los juicios ya no quedaba al capricho del pretor patricio que juzgara. Este código legislativo escrito recibió el nombre de Ley de las Doce Tablas (lex duodecim tabularum o duodecim tabularum leges). La tradición nos cuenta que los romanos nombraron una comisión de 10 magistrados, los decemviros, para que consultaran y conociesen las leyes entre los griegos, concretamente de Atenas. Hoy día tenemos dudas de si la comisión existió o no, pero no fue así para los antiguos, ni para gran parte de nuestra historia. El Arcipreste de Hita en su Libro del Buen Amor nos relata a su manera cómo pudo ser el encuentro entre romanos y griegos. Espero que os guste.

DE LA DISPUTA ENTRE GRIEGOS Y ROMANOS.


Palabra es del sabio y la dice Catón,
que hombre a sus cuidos que tiene en corazón,

anteponga placeres y alegre razón,
que la mucha tristeza, mucho pecado pon.

Y porque de buen sentido no puede el hombre reír,
habrá algunas burlas aquí a enxerir:
cada vez que la oyeres no quieras comedir
salvo en la manera del trovar y el decir.

Entiende bien mis dichos y piensa en la sentencia;
no me acontezca contigo como al doctor de Grecia,
con el rival romano y su poca sapiencia,
cuando demandó Roma a Grecia por la ciencia.

Así fue que los romanos las leyes no tenían,
fuéronlas a demandar a los griegos que las tenían,
respondieron los griegos que no las merecían,
ni las podrían entender, pues que tan poco sabían.

Pero que si las quisieren para por ellas usar,
que antes les convenía con sus sabios disputar,
para ver si las entendían y las merecían llevar:
esta respuesta hermosa daban por excusar.

Respondieron los romanos que les placía de grado:
Para la disputa pusieron pleito firmado;
mas, porque no entendieren el lenguaje no usado,
que disputasen por signos y por señas de letrado.

Pusieron día sabido todos por contender;
fueron romanos en cuita, no sabían que hacer
porque no eran letrados ni podían entender
a los griegos doctores ni a su mucho saber.

Estando en su cuita, dijo un ciudadano
que tomasen un ribaldo, un bellaco romano;
según Dios le demostrase hacer señas con la mano
que tales las hiciese: fuesen consejo sano.

Fueron a un bellaco muy grande y muy ardid;
dijéronle: ¡Nos habemos con griegos en combatir
para disputar por señas; lo que tú quisieres pedir
e nos de dártelo hemos; excúsanos de esta lid!

Vistiéronle muy ricos paños de gran valía,
como si fuese doctor en filosofía;
subió en alta cátedra, dijo con bravuconería:
¡De hoy más vengan los griegos con toda su porfía!

Vino ahí un griego, doctor muy esmerado,
escogido de griegos, entre todos loado
subió en otra cátedra, todo el pueblo juntado,
y comenzó sus señas como era tratado.

Levantose el griego, sosegado, de vagar,
y mostró sólo un dedo que está cerca del pulgar,
luego se asentó en ese mismo lugar;
levantose el ribaldo, bravo, de mal pagar.
Mostró luego tres dedos contra el griego tendidos:
el pulgar con otros dos que con él son contenidos,
en manera de arpón los otros dos encogidos;
asentase el necio, catando sus vestidos.

Levantose el griego, tendió la palma llana
y asentose luego con su memoria sana;
levántase el bellaco con fantasía vana,
mostró puño cerrado: de porfía había gana.

A todos los de Grecia dijo el sabio griego:
¡Merecen los romanos las leyes!, no se las niego.
Levantáronse todos con paz y con sosiego;
gran honra tuvo Roma por un vil andariego.

Preguntaron al griego qué fue lo que dijera
por señas al romano y qué le respondiera.
Yo le dije que hay un Dios; el romano dijo que era
uno en tres personas, y tal seña me hiciera.

Yo le dije que era todo a su voluntad;
Respondió que en su poder tiene el mundo y dice la verdad.
Desde que ví que entienden y creen en la Trinidad,
Entendí que merecieren de leyes eternidad.

Preguntaron al bellaco cuál fuera su antojo;
¡Díjome que con su dedo me quebraría el ojo!
De esto tuve un gran pesar y tomé gran enojo,
respondile con saña, con ira y con cordojo

que yo le quebrantaría ante todas las gentes
con dos dedos los ojos, con el pulgar los dientes;
díjome luego a propósito de esto, que le parase mientes,
que me daría gran palmada en los oídos retinientes.

Yo le respondí que le daría a él una tal puñalada,
que en tiempo de su vida nunca la viese vengada;
desde que vio que la pelea tenía mal aparejada,
dejose de amenazar de no se lo precian nada.

Por esto dice la patraña de la vieja ardida:
No hay mala palabra si no es a mal tenida;
verás que bien es dicha si bien es entendida:
entiende bien mi libro y habrás dueña garrida.

La burla que oyeres no la tengas en vil;
la manera del libro entiéndela sutil
que saber bien y mal, decir encubierto y doñeguil,
tú no fallarás uno de trovadores mil.

Fallarás muchas gracias, no fallarás de nuevo;
remendar bien no sabe todo alfayate nuevo:
a trovar con locura no creas que me muevo,
lo que buen amor dice, con razón te lo pruebo.

Libro del Buen Amor, Arcipreste de Hita

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